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Por: Luis Alcides Aguilar P.
Junio de 2016
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Hablar de paz es muy complejo en un país o continente, que
después de pasar por el sometimiento histórico por parte de los europeos, que
en tiempos lejanos se apropiaban del mundo que veían desprotegido y “sin ley”; ellos llegaban a aplicar su
verborrea cruel y asesina, pretendiendo quitar del camino la esencia de una
etnia pura, desde la visión posmoderna de la sobrevivencia de la especie
humana.
Ese mismo carácter mezquino y avasallador de las, entonces
naciones modernas, hambrientas de poder a través de los reyes, se implantó en
mentes desquiciadas y petulantes de la época contemporánea. El horror de las
guerras resurgió con cara de estruendos, bombas, más humanos dispuestos a morir
por la ceguedad de sus gobernantes, para afianzar los poderes a su antojo,
queriendo apropiarse de la tierra.
Otros queriendo jugar a Dios, buscando la pureza de la “raza”,
para hacer de la humanidad, tan perfecta que alcanzará el equilibrio de sus
mentes corruptas y enfermas. Hasta llegar a la debacle de la llamada “Segunda
guerra mundial” tan cruel, como los pensamientos de aquellos que cuestionan un
camino a la paz, sin haber vivido el horror de los desplazamientos, muertes de
seres queridos y el despojo de sus tierras.
Es muy relajante, escribir sobre los conflictos sociales de
Colombia, cuando se tiene un medio de subsistencia, en mi caso de empleado
público. Y otros amasando las fortunas
que lograron engañando a los pueblos, pueblos de gentes noble, y con grandes
necesidades. Pero observando la necesidad imperante de una calma en medio de la
tempestad, es apenas lógico comprender lograr acallar los estruendos de los
cañones y los lloros de los que sufren en medio de la miseria de la guerra. El
precio de ese logro, es comparable con el goce de los que de verdad sufren un
calvario constante y de desasosiego, el mismo sufrido por el campesino, al lado
de sus hijos, niños y ancianos que seguramente miran al cielo, rogándole a Dios
que si es necesario les permita la muerte, como única solución al asedio de una
guerra que no es de ellos.
Hoy no comprendo la actitud de sectores que hablan de la
entrega total del Estado a favor de los grupos que por años estuvieron buscando
una mejor sociedad, pero en el camino tergiversaron su posición ideológica y
por ello en ciertos casos terminaron odiados por el pueblo sufrido.
Hoy, pregunto ¿Cuál es la preocupación, de los que tuvieron
el poder y no solucionaron los conflictos arraigados en profundas y rebeldes
ideologías, desprendidas de un pasado histórico por descuidos del mismo Estado?
Quizás la respuesta, como dijo alguien, es: - Los muchos intereses
políticos y económicos en juego; en la
que el diablo o el maligno de la irracionalidad del hombre, tiene la mano
metida.
Dios, ese ser ideal en el que la espiritualidad permite
reaccionar a muchos colombianos que acuden los domingo a misa, y después en sus
casas y charlas sociales despotrican de las realidades del país, burlándose del
dolor ajeno, opinando alegremente, sobre su poca inmutación facial por unos
cuantos muertos más, opinando que la solución no es de diálogos, sino de plomo;
es menester encomendarnos a él, para tratar de alcanzar un ideal de paz.
Bienvenido un nuevo camino a un poco de paz. Colombia lo
merece.
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