viernes, 20 de diciembre de 2019

La retrospectiva del pesimismo frente a la realidad


Foto: El Colombiano.

Por: Luis Alcides Aguilar Pérez
Diciembre de 2019
@luisaguilarpe


Las reacciones que, desde hace mucho, empezaron en Europa con los chalecos amarrillos a manera de protestar por las extremas medidas económicas y sociales que ciertos gobiernos pretenden implementar para fortalecer sus políticas bajo el pretexto de desarrollo o progreso, nos recuerda la denominada “Primavera Árabe” cuando en 2011, los pueblos del mundo árabe salieron a las calles a presionar a sus dirigentes diciéndoles “¡Basta ya!”.
Esta masiva manifestación se replicó en semanas por todo Medio Oriente, Norte de África, en donde pedían reformas, en medio de esas protestas cayeron líderes que tenían muchos años gobernando sus países; siendo uno de ellos Hosni Mubarak en Egipto, la presión del pueblo acabó con casi treinta años de dictadura.
En Túnez, cayó Zin el Abidín Ben Alí, quien gobernó por más de dos décadas y, al final, declinó ante las protestas de un pueblo cansado de las mentiras sobre su realidad política y social.
En Chile, su actual presidente, presionado por la escalada de protestantes portadores de paz y otros envueltos en la bandera del vandalismo, tuvo que encarar el pueblo mediante un discurso conciliador, donde mostró debilidad cuando reconoció que a su gobierno se le estaba olvidando el sufrimiento de las clases menos favorecidas, y en un afán de proteger la integridad de su gobierno, quiso calmar los ánimos complaciendo a la muchedumbre con el despido de ciertos ministros de su gabinete, lo cual no funcionó. Y las protestas aún continúan.
En Bolivia, el presidente Morales también es objeto de un pueblo que ya se cansó de su discurso y hambre por el poder. Lo cual demuestra que las rebeliones no solo se hacen contra los gobiernos de derecha, también a los gobiernos de izquierda que pretenden perpetuarse en el poder.
Colombia no es la excepción, la continua polarización política urge un cambio que, de no hacerse, nos llevará a un peligroso desacierto político, económico y social del país en el cual perderemos todo, sobre todo el pueblo, la clase obrera, la producción nacional. Si no se cambia el discurso de atracción política según argumentos revaluados de los políticos de turno, seguiremos siendo los conejillos de indias de los experimentos económicos para idear el orden mundial a costa de las riquezas de nuestros pueblos.
Por ello el miedo se apodera de ese mismo cambio que todos anhelamos, porque al final somos engañados por los que creen que el cambio reside en el falso argumento de un puñado de soñadores que al igual que los dictadores persisten con ideas obsoletas de retaliaciones y después son ungidos con la estrella del bien o del mal para el pueblo al cual le presumía de manso o de poderoso, sin permitir los cambios alentadores de los que tanto hablaban.
Hace más de 30 años tuve la oportunidad de leer un libro en el cual se vaticinaba el colapso de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). En ese libro cuyo título no recuerdo; leí por primera vez de la caída del sistema socialista soviético. Pensé que era imposible, por el argumento de que en el mundo son necesarios los dos polos en ese caso el capitalista liderado por Estados Unidos y el socialista liderado por la URRS; pero a los pocos años de haber leído ese documento se dio el derrumbe de la Unión Soviética, descuidó su sistema productivo por su ciega sumersión de un ideal de guerra y supremacía, lo mismo que el sistema capitalista actual. Hoy la Rusia de Putin es capitalista gracias a la modernización económica, he ahí su salvación. A pesar de todo, su  modelo democrático” es un ejemplo de Estado híbrido, que cumple las exigencias de la democracia formal –elecciones (relativamente) libres, sistema pluripartidista, libre mercado y teórica libertad de expresión– pero impide la consolidación de la democracia sustancial mediante instituciones “invisibles” como el servicio secreto, el control de los medios de comunicación y la permisividad con la corrupción, y de este modo perpetua el poder autoritario personalizado en las oligarquías económicas.1
Con esta visión podemos observar que en el mundo se producirá un cambio, para bien o para mal, y es comprensible pensar que en el mundo hay soluciones. Estas soluciones están en las manos del hombre, es decir la solución a los males de nuestros países está en manos de la misma humanidad, así como nuestra destrucción.
Las luchas continúan como simple devenir (o karma) de los pueblos, lo que lleva a cambios drásticos y crueles, siempre con el propósito de buscar un mejor estar. En medio de ese proceso se suceden desgracias económicas y sociales que el pueblo llevará en sus hombros por muchos años. Y al final, seguirá como lo ocurrido con la primavera árabe: hay más guerra y violencia, y que se reprime a quienes se atreven a alzar su voz por una sociedad más justa y abierta.2 Y al despertar vemos que los nuevos gobiernos con “nuevos ideales” son incapaces de fomentar reformas políticas y justicia social… Entonces, a continuar de nuevo.

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