Cuando apareció en el gran salón el
reloj marcaba las ocho cuarenta y cinco…
¡Phileas Fogg había dado la vuelta
al mundo en ochenta días! Phileas Fogg había ganado su apuesta de veinte mil
libras. Ahora bien, ¿cómo un hombre tan meticuloso y exacto había podido
cometer semejante error de fecha? ¿Cómo era posible que al bajar del tren en Londres hubiera pensado que era sábado 21 de
diciembre cuando de hecho era todavía viernes 20 de diciembre y solo hacia
setenta y nueve días que había salido.
La causa de aquel error era bien simple.
Phileas Fogg había ganado sin querer un día sobre su itinerario por la sencilla
razón de que había dado la vuelta al mundo hacia el este. En cambio, si hubiera
viajado en sentido inverso, o sea, hacia el oeste, lo habría perdido.
En efecto, dirigiéndose hacia el este,
Phileas Fogg iba siempre contra el sol y, por consiguiente, para él la duración
de los días disminuía en cuatro minutos cada vez que recorría un grado en
aquella dirección. Si la circunferencia terrestre tiene trescientos setenta
grados y multiplicamos esos trescientos sesenta grados por cuatro minutos, el
resultado es precisamente veinticuatro horas, es decir, el día
inconscientemente ganado. En otras palabras, mientras Phileas Fogg, al
dirigirse hacia el este, veía pasar el sol ochenta veces por el meridiano, sus
colegas que se habían quedado en Londres solo lo vieron pasar setenta y nueve
(…) Eso es lo que el famoso reloj de Passepartout habría demostrado si además
de los minutos y las horas hubiera marcado los días.
VERNE, Julio: LA
VUELTA AL MUNDO EN OCHENTA DÍAS. Madrid. Ediciones SM,
2001
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